Por: Sergio Rengifo Caicedo
En los últimos meses, el debate en torno al concepto ESG (asuntos ambientales, sociales y de gobernanza) ha cobrado relevancia, con una multiplicidad de posturas y enfoques que reflejan una discusión que no es nueva, donde se cuestiona el uso de este lenguaje para mostrar compromisos sin resultados o cifras contundentes que lo demuestren. Desde la publicación de los Límites de Crecimiento en 1972, que marcó un primer llamado mundial al cuidado del medio ambiente en el que habitamos, hasta la consolidación de conceptos como la Responsabilidad Social Corporativa, la Sostenibilidad y el Valor Compartido, entre otros, hemos sido testigos de controversias sobre la integración de estos principios en las estrategias empresariales y su uso como banderas comunicacionales o estrategias del discurso. De allí surgen conceptos como el greenwashing o lavado de imagen a través del uso de este lenguaje en el sector privado.
Uno de los riesgos globales que más me ha impactado del Informe de Riesgos Globales 2024 del Foro Económico Mundial es la desinformación y todos estos debates se llevan a cabo gracias a ello. Por esto, mi llamado es a conocer y entender el por qué y el cómo se están gestando estas discusiones para tomar una posición propositiva frente al tema. En el caso de los asuntos ESG, nos enfrentamos a un debate político y económico nacido en Estados Unidos donde en el estado de la Florida, se aprobó una ley que tiene como objetivo prohibir el uso de los criterios ESG en la inversión pública, la emisión de bonos y las políticas de compras nacionales y locales. Esto está alineado a otras controversias alineadas a este debate.
Lo anterior se crea a partir de una falta de transparencia y rendición de cuentas donde se demuestre el compromiso real por la sostenibilidad, apoyado por la ausencia de criterios de medición homogéneos y universalmente aceptados para evaluar el desempeño ESG de las empresas, además teniendo en cuenta criterios básicos como el tipo de empresa, el sector donde se desarrolla, los públicos de interés a los que representa, entre otros.
Por esto, es fundamental trascender el debate conceptual y centrarse en la implementación realista, transparente y ambiciosa de prácticas sostenibles. Debemos reconocer nuestra responsabilidad en la economía global y local, contribuyendo genuinamente al bien común y al desarrollo de la sociedad. Para ello, CECODES creó la hoja de ruta la Visión 2050 Colombia, entendiendo que todos los actores tenemos un rol en las soluciones que requieren para cumplir con los criterios ESG, desde el gobierno, los inversionistas, la sociedad civil y las empresas. No es crear nuevos conceptos, es tomar lo que ya hemos aprendido y comenzar a trabajar en las hojas de ruta ambiciosas que nos hemos propuesto. Esto implica promover la transparencia, la confianza y la ética en todas nuestras acciones, recordando siempre la importancia fundamental de ser buenas personas.
En resumen, es hora de alinear nuestros esfuerzos hacia una verdadera integración de la sostenibilidad en nuestras prácticas empresariales y financieras, superando las barreras políticas y promoviendo un enfoque colaborativo y coherente hacia un futuro más justo y sostenible para todos. Para ello debemos unificar el lenguaje entendiendo que para ser sostenible debemos equilibrar los aspectos sociales, ambientales y económicos a través de un buen gobierno corporativo. Si hacemos esto, con transparencia, rigurosidad y de manera genuina, podremos decir y comprobar los resultados ESG con confiabilidad, alejándonos del debate político y siendo propositivos al respecto.